El caso de los cuerpos calcinados
Comisaría de Independencia 2 Novela de ciencia ficción policiaca
Un nuevo caso llega a la comisaría de Independencia. Un misterioso asesino está dejando un rastro de cadáveres carbonizados con un extraño producto químico. Las víctimas que han podido ser identificadas tienen algo en común: no hay datos sobre ellas de hace más de tres años.
Cuando nuestros tenaces investigadores profundizan en el caso, descubren que los fallecidos trabajaban en un proyecto secreto de alta tecnología en el espacio. Además, no hay un único criminal, sino al menos dos.
¿Qué sucedió en la Luna? ¿Fue aquel proyecto lo que puso a unos simples científicos en el punto de mira? El comisario César y sus mejores hombres harán cuanto esté en sus manos para responder a estas preguntas y llevar a los culpables ante la justicia.
Tras "El asesino de los implantes", llega este segundo libro sobre los agentes de la comisaría más modesta y eficiente de Madrid. Como la primera parte, esta novela de ciencia ficción policíaca presenta una historia completa que se puede leer de forma independiente.
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Avance de los primeros capítulos
1 CUENTAS PENDIENTES
El calor seco propio del verano madrileño golpeaba a los viandantes, cuyos cuerpos sudorosos lucían enrojecidos allí donde las ligeras prendas dejaban la carne al descubierto. Precisamente era el escote generoso de Marina lo que llamaba la atención de su cita. Los intentos fallidos del hombre por ignorar tan prominentes atributos no pasaban desapercibidos, pero no molestaban a la mujer, sino que la divertían.
Habían disfrutado de una comida exquisita en un restaurante de lujo, donde habían prolongado la sobremesa con una conversación fluida y estimulante. Por eso, cuando llegaron a su apartamento, él estaba seguro de que Marina subiría a tomar una copa. Tembló de excitación con la perspectiva.
-Buenas tardes, Miguel -le saludó el portero, quien sonrió por encima del periódico.
-Hola -correspondió el hombre. Después se dirigió a si cita-. Este es mi humilde hogar. ¿Por qué no subes y...?
-Será mejor que vuelva a casa -le interrumpió-. Ha sido una velada estupenda, tenemos que repetirla.
Antes de que Miguel pudiera objetar nada, ella le plantó un casto beso en la mejilla. Lamentó haberla invitado al menú especial, le había costado una fortuna.
-Hasta pronto -se despidió la mujer, quien se dio la vuelta y desapareció calle abajo.
"¿Hasta pronto? No podría repetir hasta la próxima paga extraordinaria -murmuró molesto. Aún en el año dos mil cincuenta quedaban hombres que se sentían obligados a invitar a las damas; también de los que creían que su encanto les permitiría tener sexo en la primera cita. No era la primera vez que Miguel sufría un desengaño, pero si una de las que más lo sentía.
Subió a su piso dispuesto a pasar otra aburrida tarde en el sofá. Sin embargo, el destino tenía otros planes.
-Hola, Gonzalo.
Se giró dando un respingo. Un hombre trajeado le apuntaba con una automática. El corazón se le aceleró, como siempre sucede al enfrentarse a la muerte.
-Oiga -dijo con un hilo de voz-. Creo que se equivoca, mi nombre es Miguel y no le conozco de nada. Guardo el dinero en la habitación, se lo traeré ahora mismo.
Una risa estruendosa brotó de la enorme boca de dientes perfectos.
-Una actuación de Óscar, ¡vaya que sí! El mundo se va a perder un gran actor.
-Se lo digo en serio, tengo dinero.
-Me temo que mi tarifa es demasiado alta. Además, siempre cumplo mis encargos.
-Ha pasado mucho tiempo -dijo lloriqueando. Empezó a sudar aún más que en la calle, un escalofrío le hizo estremecerse-. Esta persecución no tiene ningún sentido, ¿es que no lo comprende?
-No intentes negociar conmigo, no soy más que un intermediario.
Pese a su miedo, Miguel se fue acercando al aparador, donde guardaba su pistola. No tenía muchas posibilidades de sobrevivir, pero debía intentarlo. Si al menos consiguiera crear una distracción, tal vez podría abatirle.
-Si me mata, la policía le cogerá. Tengo cámaras ocultas en el piso, están grabando su cara ahora mismo.
-Buen intento -dijo el otro con una sonrisa, disfrutaba de su trabajo-. Lástima que eso, además de ser mentira, me importe un bledo. ¿Quieres decir tus últimas palabras? ¿Tal vez otro farol o esta vez vas a suplicar?
Con un gesto medido que parecía casual, apartó el arma de su objetivo. Su víctima aprovechó el momento para buscar su propia pistola. En un instante de acción frenética y violenta, sus dedos acariciaron el arma al tiempo que dos balas sigilosas le alcanzaban, una en el pecho y otra en la frente.
-Me has sorprendido. -El mercenario hablaba en alto para sí mismo, pues su interlocutor era ya un cadáver-. No esperaba que le echaras huevos.
Arrastró el cuerpo hasta el baño y lo puso en la bañera. Después, volvió al salón y abrió su maletín, de donde sacó una botella. De nuevo en el baño, vació el recipiente sobre su víctima.
-Esto huele fatal. -Volvía a hablar solo-. Debería pedir un aumento.
Encendió una cerilla y la lanzó inseguro del resultado, que fue más eficaz del que esperaba. En unos segundos en la bañera no quedaban más que huesos ennegrecidos. Una vez acabada su grotesca tarea, abandonó el piso y bajó las escaleras hasta el portal silbando una alegre melodía. Incluso se permitió saludar al portero, quien correspondió de forma mecánica.
Decidió que cenaría temprano, pues matar le daba mucha hambre. También se acostaría pronto, era un asesino inmisericorde pero disciplinado. Aún tenía mucho trabajo por hacer.
2 EL PRIMER CUMPLEAÑOS
-¡Tarta de chocolate! -exclamó Carlos-. Y tiene muy buena pinta.
-Es de la mejor pastelería de la ciudad, todo es poco para mi pequeñín. -Diego trataba de encender la vela solitaria que adornaba el centro de la tarta.
-No te las des de buen padre, que los niños de esa edad no comen dulce. -Fue María quien se unió a la conversación.
-No pasa nada porque tome un poquito.
-¡No seas bruto! Le haría más mal que bien.
-Haz caso a ojos azules, novato -dijo Carlos, el agente más veterano de la comisaría de Independencia-. Tú no sabes de esas cosas.
-¡Quién fue a hablar! Te recuerdo que estoy criándole yo solo. Ya ves que está la mar de bien. -Le dio un beso al que el niño reaccionó con indiferencia, estaba tranquilo sentado en su trona y disfrutando de su chupete.
-En eso tienes razón. Con semejante padre, no pensé que llegaría al año.
-¿Tienes que ser siempre tan faltón? -le recriminó César.
Los miembros más importantes de la comisaría de Independencia se habían reunido para una celebración tan especial, salvo Oscar, quien muy a su pesar había tenido que quedarse de guardia. Eran casi una familia y como tal se comportaban, se podría decir que el hijo de Diego tenía cuatro tíos extra.
-Ya estoy acostumbrado a sus chanzas, pero en parte tiene razón. Si no hubiera leído tres libros sobre padres primerizos y contado con los consejos de la abuela, a saber qué habría sido del pequeño Leo.
-¡Vamos, sopla de una vez, que se va a llenar la tarta de cera!
-Antes hay que cantar.
Aunque hubo protestas, al final sonó el cumpleaños feliz. A continuación, Diego pidió un deseo y apagó la vela. Los adultos presentes aplaudieron, lo que asustó al niño, quien empezó a llorar tirando el chupete al suelo. María lo recogió y fue al baño a lavarlo.
-¡Oh, vamos, mi amor! Si no ha sido para tanto.
Mientras veía a su compañero acurrucar a su hijo, Carlos sintió una punzada de tristeza. Ni él ni Irene, su mujer, habían querido nunca tener descendencia, pero había momentos en que esa decisión no parecía tan acertada. De cualquier forma, para ellos ya era tarde.
El anfitrión partió los trozos, asegurando uno más grande para Carlos. Su robot coronario le impidió acompañarlo con el café que tomó el resto de invitados, pues Diego no tenía descafeinado.
-Guardaremos un trozo para el tío Oscar.
-Tengo una idea mejor, ¿por qué no nos pasamos por la comisaría y se lo llevamos? -propuso María-. Se estará aburriendo como una ostra.
-¡Y tanto! Hace mucho tiempo que no tenemos un caso importante.
-Que siga así -dijo César, el comisario-. Estoy la mar de tranquilo desde que atrapamos a... bueno, ya sabéis.
-Puedes hablar libremente, el pequeño aún no nos entiende -dijo Diego, cuyo rostro se ensombreció-. De hecho, ese es un dilema al que llevo tiempo dándole vueltas. No quiero que Leo sepa que su madre es una asesina, pero tarde o temprano descubrirá la verdad. Supongo que es mejor que se lo diga en cuanto pueda entenderlo.
Se produjo un silencio incómodo que rompió Carlos.
-Cuanto más alejes al niño de Sandra, mejor para él. Esa loca se va a pasar por lo menos veinte años a la sombra, para entonces Leo podrá decidir con quién quiere estar. No será su madre si es una perfecta desconocida.
-Tal vez. Aunque no tengo derecho a quitarle a su hijo. -Acarició la cabecita de este, quien ya se había calmado con el infalible chupete-. No veas con qué ternura lo mira, creo que es la única motivación que tiene.
-A mí no me da ninguna pena, a sus víctimas no les queda nada. Que se lo pregunten a los familiares, ¡tantas vidas destrozadas por su estúpido fanatismo!
-¿Por qué no sacamos un tema más agradable? -sugirió César-. ¿Qué os parece montar una timba? Hace meses que no juego a las cartas.
-Se hace tarde y tengo que acostar a Leo. Jugad vosotros, seguro que Oscar está haciendo un solitario en este justo momento.
-¿De verdad me vais a obligar a jugar a las cartas? -preguntó María tras un largo suspiro.
-No querrás estropear la partida. Se necesitan cuatro para el mus.
-Había pensado más en el póquer.
-Ya lo discutiremos en la comisaría.
Después de preparar el trozo de tarta y ayudar a recoger la mesa, se despidieron del niño con los acostumbrados besos y de su padre estrechándole la mano ellos y besándole en las mejillas ella.
En la calle, decidieron coger un taxi automático, el sistema de transporte favorito de Carlos. Bastaba con introducir la dirección y esperar a que llegase. Nada de charla ni trayectos demasiado largos, un sistema eficiente al cien por cien. Lástima que el servicio aún no fuera lo bastante económico para el grueso de la población ni tampoco, claro, para el departamento de policía.
Llegaron a su destino en cinco minutos. En contra de lo que habían predicho, Oscar miraba atento la pantalla del ordenador.
-¿No te cansas de leer la Wikipedia? -preguntó Carlos a modo de saludo.
-¿Qué hacéis aquí, es que no tenéis casa?
-Venimos a traerte esto, desagradecido. -María sacó el trozo de tarta del papel de aluminio.
-Y a jugar a las cartas. Carlos quiere darle al mus, a María le da igual y yo prefiero el Texas Holdem, así que tú decides.
-Prefiero el mus, que no soporto vuestras caras después de desplumaros.
-Sí, es lo mejor, ninguno queremos que el jefe acabe en calzoncillos.
Los demás rieron la gracia.
No es habitual que una comisaría guarde barajas, fichas y amarracos, pero es que la de Independencia no era como las otras. En apenas unos minutos, la partida estuvo preparada. Carlos tuvo de pareja a María, mientras que Oscar iba con el comisario.
Es curioso cómo es el juego. Apostaban un miserable euro por partida, pero las miradas intensas en busca de señas y las protestas cuando se perdía un órdago eran más propias del campeonato mundial. En ocasiones como aquella, Oscar echaba de menos un buen trago, aunque ahora era capaz de contenerse. Tenía dos sólidos motivos: estaba de servicio y llevaba cuatro meses sin probar el alcohol. Uno más y habría pasado la peor fase de la adicción. Además, le darían un regalo de reconocimiento en Alcohólicos Anónimos; ya le había echado el ojo al cómic de Iron Man donde el protagonista afronta sus propios problemas con la bebida.
Tras cuatro intensas partidas, llegaron al juego definitivo, aquel que decidiría la partida. Por desgracia, no llegaría a completarse, pues el teléfono empezó a sonar.
-¡Vaya! -protestó Carlos-. Ahora que venía lo divertido.
-Yo lo cojo -dijo Oscar mientras pedía silencio.
-Seguro que alguien ha perdido a su perro -murmuró Carlos.
-Comisaría de Independencia, ¿en qué podemos ayudarle? -Del otro lado de la línea llegó una larga explicación. Debía ser serio, porque Oscar escuchaba muy atento. -¿Cuál es la dirección? -Anotó las señas-. De acuerdo. Por favor, no toque nada y asegúrese de que no entre nadie. En unos minutos estaremos allí.
-¿Qué sucede? -preguntó César-. ¿Algún accidente?
-Me temo que no. Asesinato, o eso es lo que parece.
-En ese caso, es una suerte que hayamos venido. Que te acompañe Carlos, yo aprovecharé para llamar a la científica. ¿Esa es la dirección? -preguntó a la vez que cogía el cuaderno de notas de Oscar. El comisario inspiró profundo y espiró con un deje de protesta-. La zona más pudiente y popular de nuestro sector, la prensa no tardará en enterarse -dijo-. Si antes mentamos los problemas, antes llegan.
-Para eso nos pagan, ¿no? Para resolver problemas -dijo Carlos, quien ya se ponía su gabardina color crema-. Vamos, ya era hora de tener un poco de acción.
3 HUESOS CARBONIZADOS
La escena del crimen se encontraba en un complejo de edificios de lujo que destacaba en el distrito como una gran perla dentro de una modesta ostra. Si los crímenes eran muy raros en cualquier otra zona, en aquel reducto de potentados no se había producido ninguno. Allí se estilaban más los robos, aunque incluso estos eran una excepción al ambiente calmado que solía reinar.
Era previsible que la noticia sobre el asesinato corriera como la pólvora, si bien el portero fue tan discreto que nadie sospechaba nada cuando llegaron los policías. En cuanto entraron al portal, Carlos localizó la cámara de seguridad. Después, se detuvo unos instantes a observar las cerraduras, tanto de la puerta de acceso al edificio como la del piso de la víctima. Aunque parecían en perfecto estado, el agente veterano detectó unas minúsculas incisiones que fue capaz de identificar: habían usado una ganzúa automática, un aparato muy sofisticado y caro que era tan efectivo como tener las llaves de la ciudad.
-Este caso va a ser gordo -anticipó tras compartir su descubrimiento con Oscar.
Su compañero asintió, nunca había visto ese tipo de ganzúa, ni siquiera sabía que existían.
Usaron el timbre. Respondió el portero sin abrir la puerta.
-¿Quién es?
-Policía, hemos hablado antes. -Oscar colocó su placa delante de la mirilla.
Después de tres vueltas de llave y de quitar un cerrojo extra, la puerta se abrió revelando al portero. Era evidente que estaba asustado. Su rostro se mostraba pálido, sus ojos se movían inquietos y estrujaba un pañuelo entre sus manos como si lo estuviera escurriendo.
-¡Gracias a dios que están aquí! No soporto quedarme un minuto más en este piso, voy a tener pesadillas.
-¿Qué es ese olor? -preguntó Carlos.
-No lo sé, pero viene de la bañera, donde está... -La voz se quebró de emoción-. Donde está el cadáver del pobre Miguel, o lo que queda de él.
-No habrá tocado nada.
-¡Claro que no! Solo la puerta. He usado un pañuelo para no dejar huellas. Es lo que hay que hacer, ¿no?
-Ha actuado bien, no tendrá más que responder unas pocas preguntas y podrá irse a descansar, tiene aspecto de necesitarlo.
-Pregunten lo que quieran, pero me temo que no seré de mucha ayuda.
-Quédate con él -dijo Carlos-, voy a echar un vistazo.
No podía identificar el olor, pero debía ser de un producto químico, pues era muy penetrante. Se puso los guantes y miró alrededor. No tardó en localizar unas gotas de sangre en el suelo del vestíbulo, única muestra de lo que había sucedido. A su lado, en el aparador, un cajón estaba entreabierto. Carlos se sorprendió al encontrar dentro una pistola. Era un arma sencilla, con su cargador al completo. Lo más probable era que se comprara en el mercado negro, pues tenía rayado el número de serie. Dejando de lado el cajón, la casa estaba ordenada. No había evidencias de un registro, tampoco signos de violencia más que las gotas mencionadas.
En la mesa del salón había un portátil. El primer instinto del policía fue abrirlo, pero se lo pensó mejor, con su habilidad informática no encontraría ni el botón de encendido.
Entró en el cuarto de baño y tosió presa de las náuseas. La peste era intolerable allí. La bañera estaba ennegrecida y mostraba los restos de un cadáver; escasos restos, pues no quedaban más que fragmentos carbonizados de huesos entre los que destacaba un cráneo humano.
Convencido de que no sacaría nada más en claro de la escena del crimen, abandonó el piso y bajó al portal. El interrogatorio aún no había comenzado, Oscar estaba preparando su grabadora. Vio que el testigo daba un trago a un termo. Sus nervios se templaban, lo que facilitaría su tarea.
-Bien -dijo Oscar, quien consultaba ahora el DNI de su interlocutor-. Mario Casanegra, ¿no es así? -El otro asintió-. ¿Puedo llamarle Mario? ¿Cuándo fue la última vez que vio a la víctima?
-Le vi hace dos días, a última hora de la tarde. Venía con una chica.
-¿Sabe quién era?
-Nunca la había visto antes -respondió tras dar otro trago al termo-. Ella se despidió en el portal. Supongo que habían tenido una cita. Miguel no era un mujeriego, buscaba una pareja estable, pero tenía dificultades para encontrarla. Por eso usaba una de esas páginas de citas.
-Parece que le conoce bien. ¿Es así?
-Teníamos una buena relación, algo más que trabajo. ¡Dios! -exclamó de repente, aún no había asimilado lo ocurrido-. ¿Quién querría hacerle algo tan horrible?
-¿Cómo sabe que ese cadáver es de Miguel? -intervino Carlos-. No ha quedado nada que confirme su identidad.
-Supuse que debía ser él, ¿quién si no? Lleva dos días sin dar señales de vida y no ha ido al trabajo, siempre iba al taller. Su jefe llamó hace unas horas. Pasé la llamada al piso de Miguel, pero no contestaba nadie.
-¿Todas las llamadas pasan por usted?
-Las de los otros vecinos no suelen hacerlo, pero Miguel era muy reservado, prefería que yo hiciese de filtro. Solo le pasaba llamadas de gente que se identificara como familiares, compañeros de trabajo o amigos.
-¿Por qué iba a hacer eso?
-Ya le he dicho que era muy reservado. En tres años no le llamaron más de tres o cuatro personas, que eran su jefe y sus compañeros. Creo que no tenía amigos de verdad, salvo yo, que sí lo consideraba un amigo. Es curioso, ¿sabe? El vínculo que se puede crear en unas breves charlas de portal, voy a echarlas mucho de menos.
-Siento su pérdida -dijo Oscar, quien no quería desviarse del caso-. Le aseguro que trabajaremos duro para dar con el culpable. ¿Cómo descubrió el cadáver?
-Empezaba a preocuparme, así que decidí subir a su piso. Llamé a la puerta, pero no contestaba nadie. Pensé que lo mejor era entrar por si sucedía algo malo. Quizá no debía hacerlo, pero tuve un mal presentimiento. No sé por qué, pero intuí que le había pasado algo. Tengo una copia de la llave, todos los vecinos me dejan una por si tengo que abrir al fontanero, sacar la basura o alimentar a una mascota.
-¿Un portero hace esas cosas?
-En esta urbanización, sí, me pagan bien por encargarme de ello.
-Así que entró y vio el cadáver.
-Sí, primero fue ese horrible olor y luego... en la bañera...
-¿Qué hay de las visitas? ¿Ha visto a alguien sospechoso entrar en estos dos días?
-¿Sospechoso? ¡Claro que no! Aquí nunca sucede nada extraordinario.
-¿Nadie escuchó nada anormal? ¿Algún vecino oyó algo?
-A mí no me han dicho nada.
-Pues un asesino ha reducido a la víctima a un montón de huesos quemados. ¿Cómo puede pasar desapercibido algo así?
-No lo sé. Les juro que me encartaría ayudar, pero no sé más que lo que os he dicho.
-Vamos a necesitar acceso a las grabaciones de seguridad -dijo Oscar.
-Yo no las tengo, pero os daré el número de la compañía que puso la cámara. -Entró a un pequeño cuarto y volvió con una tarjeta de visita.
-Es del técnico de seguridad de Servisa. Ellos hicieron la instalación, guardan los vídeos durante un año. La cámara es una medida disuasoria, porque nadie está mirando.
-En este caso no ha sido disuasoria -dijo Carlos-, pero puede ser útil.
-Necesitaré la dirección de la empresa en la que trabajaba la víctima.
-Solo sé el nombre. Tecnoservice, creo que se llamaba. Debe ser un taller para autos de lujo.
Los policías se miraron.
-Por el momento es suficiente, gracias por su colaboración -dijo Oscar, quien estrechó la mano del portero, aún temblaba un poco.
Ya fuera del portal, se repartieron las tareas.
-Espera a que llegue la científica y luego consigue esa grabación. Y habla con los vecinos, a ver si alguien vio u oyó algo.
-Sí, jefe -dijo Oscar con mordacidad-, ¿quiere algo más el señor?
-Cuando te haces el gracioso, me entran escalofríos. ¿Dónde está el respeto por los mayores?
Una sonrisa fue la réplica.
Carlos llamó a la comisaría.
-Me alegro de que sigas ahí, ojos azules -dijo Carlos.
Sonó la voz de María al otro lado de la línea.
-César ha insistido, pero me lo va a tener que pagar como horas extra.
-Pues te vas a ganar el sueldo. Necesito que me localices un taller, también a sus trabajadores y al jefe, quiero hacerle una visita ahora mismo.
Realizada la gestión, el veterano policía se despidió de su compañero y subió al coche.