La influencia de lo Oculto

Una novela de terror

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Azzam apartó los adornos que ocultaban una caja fuerte, giró la rueda a velocidad de vértigo y sacó un libro enorme que depositó reverencialmente sobre la mesita. Roberto observó con interés la cubierta negra, que parecía de metal, en la que destacaba el título en relieve. Hizo ademán de abrirlo, pero el propietario frenó su mano y le señaló unos guantes. Ambos se los pusieron y, esta vez sí, Roberto pudo abrir el libro.

Al tocar su portada metálica sintió un escalofrío. Las gruesas páginas aguantaban bien el paso del tiempo. Estaban escritas con una letra curvada, había numerosos dibujos, esquemas y símbolos. No los reconoció, pero eran fascinantes. Llevaría un montón de trabajo aquella traducción y quizá fuera baldío.

Para mí ya no hay esperanza. Sin embargo, eso no es lo que me desconsuela, sino pensar que el mundo entero pueda estar condenado por culpa de la tozuda negación de aquello que no comprendemos. Y es que no hay mayor peligro que el enemigo invisible, el poder que se gesta en la sombra y ataca en silencio.

Este relato será mi último intento de hacer llegar mi mensaje de alarma.


¿De qué trata "La influencia de lo oculto"?

La influencia de lo oculto es una novela de terror con dos partes diferenciadas relacionadas entre sí. Tenemos una familia que se muda a un pequeño pueblo en busca de tranquilidad. Roberto, traductor y padre de familia, ha encontrado una ganga en una antiquísima granja de piedra que destaca en un bucólico paisaje rural.

Lo que él no sabe es que la edificación tiene fama de traer la desgracia a quien pone el pie en ella, superstición que los lugareños no tardan en comentar. A pesar de que la familia se esfuerza por acostumbrarse a su nueva vida, los problemas internos hacen que la tensión crezca.

La situación empeora cuando Roberto recibe el encargo de Azzam, el dueño de una tienda de esoterismo, de traducir La influencia de lo oculto, un libro supuestamente autobiográfico que narra una experiencia sobrenatural.

Los pasajes de este libro se intercalan en la novela, de modo que el lector descubrirá a la vez que el traductor el misterio y las revelaciones que contiene. También podrá comprender o sorprenderse por las reacciones de Roberto.

Aparte de la trama principal, la novela incluye las historias de los otros miembros de la familia, en especial de Alicia, la madre, y María, la hija adolescente de la pareja; no faltarán problemas para el resto de miembros de esta sufrida familia.

Trailer

Este booktrailer da una idea de la atmósfera del libro. Contiene ilustraciones de Bernardo Riveira Campillo y música original de Ibon Díez Maeztu.


Prólogo inédito

Cómo si de los extras de un DVD se tratase, dejo aquí un breve prólogo que se descartó en el libro por no aportar información relevante, pero que da una idea de lo que se puede encontrar.

Raquel se despertó con un grito agónico que no llegó a salir de sus labios. Jadeaba. Su respiración agitada y sibilante no hacía remitir la sensación de ahogo. Sintió pánico. Sudorosa, boqueó mientras buscaba el interruptor de la luz con manos inusualmente imprecisas. La oscuridad de la habitación era completa, ni las persianas ni la puerta dejaban una sola rendija por la que pudiera abrirse paso la claridad; aun así, no podía compararse a la densa y sofocante negrura que le había acosado en su pesadilla.

¡Había sido tan real! Esa punzante sensación de que moría ahogada, todo su ser comprimido por una nada corpórea y consciente, un ente físico de vacío absoluto y odio inconmensurable.

No era la primera vez que sufría sueños turbulentos, pero al despertar llegaba una sensación de alivio. La realidad siempre sustituía a los temores nocturnos, quizá no de golpe, pero sí rápidamente, borrando en pocos segundos cualquier síntoma de padecimiento.

Ese día era diferente. Pasó un minuto intentando relajarse. Estaba sola, tumbada entre sábanas revueltas. Pese a sus esfuerzos, su estado empeoraba. Sentía un dolor agudo en el pecho, su corazón palpitaba con una frecuencia demasiado grande y su respiración era entrecortada. Se estaba asfixiando en el aire tibio y húmedo de la habitación.

Acertó con el interruptor y se hizo la luz. Parpadeó tratando de acostumbrarse al brillo repentino de la lámpara. Se incorporó y cayó a los pies de la cama. Estaba mareada. Trató de levantarse, pero la habitación no se estaba quieta, así que gateó hacia la puerta. Tenía que llegar al salón y llamar a emergencias. Parecía un objetivo inalcanzable, pues apenas avanzó dos metros cuando los objetos a su alrededor empezaron a mezclarse y perder su forma definida.

Luchó contra la inconsciencia. El dolor era cada vez más intenso, sentía náuseas y esa sensación de estar respirando debajo del agua. Siguió adelante con la fuerza de la desesperación. Si hubiese tenido tiempo para reflexionar, se habría percatado de lo estúpida e incongruente que había sido en los últimos meses. Desde que se había quedado viuda, creía que la vida ya no le ofrecía alicientes. No había hecho otra cosa que compadecerse y desear estar muerta. La depresión era tan insoportable que hasta había pensado en suicidarse.

Ahora, atrapada en las garras inclementes de la muerte, sintió un deseo de vivir como jamás había experimentado, ni siquiera en sus años más felices.

Su mano derecha tocó el marco de la puerta, trató de ponerse de rodillas para alcanzar el picaporte. Tardó una eternidad en asirlo a pesar de que lo tenía delante, brillante a la luz intensa de las bombillas de bajo consumo. Salió al pasillo y se arrastró por él hacia las escaleras.

Tanto el teléfono fijo como el móvil estaban en el salón. Tenía la mala costumbre de dejar este último allí, cargándose en modo avión para que nadie pudiera molestarla. Esta necesidad de quietud nocturna amenazaba con enviarla a la tumba. Si no llamaba a emergencias, nada iba a acudir en su ayuda. Estaba sola, no había tenido una visita en semanas.

La claridad de la habitación matizaba las sombras. "Ya estoy cerca -pensó-, sólo un esfuerzo más". Se centró en sus manos y sus piernas: primero la mano derecha, después la pierna derecha, el brazo izquierdo no responde, no quiere moverse..., toca la pierna izquierda.

Las escaleras estaban ya muy cerca, solo tenía que alcanzarlas, estaba dispuesta a lanzarse por ellas. El teléfono descansaba justo al lado, esperando impasible a transmitir su petición de auxilio. Una borrosa luminiscencia era todo lo que veía. Seguía tratando de gatear, pero se dio cuenta de que no tenía éxito, su cuerpo se negaba a responder. Le embargaron una desesperación y una impotencia infinitas.

La claridad se concentró en una línea de luz, y después en un pequeño punto. Este también se apagó y la mujer volvió a estar a oscuras. La negrura se hizo más y más densa, opresora. Aunque no lo creía posible, el sufrimiento aumentó para remitir enseguida.

En un suspiro, ya no quedaba nada.  


Fragmentos de la novela

-¿Sabes a que me recuerda esto? preguntó ella-. A la primera vez que vinimos a Madrid. Claro que entonces no había GPS, teníamos que mirar el plano. Nos turnábamos al volante, tú estabas tan tenso que parecía que te iba a dar un ataque.

-¿Y cómo quieres que estuviera? Tal y como conducías, fue un milagro que llegáramos con vida. Montar contigo era como subirse a la montaña Rusa.

-¿Y qué hay de ti? -contraatacó-. Paramos en aquella zona de descanso, donde me diste el relevo. Y lo primero que hiciste fue equivocarte de salida. Estaba muy oscuro y parecía que recorríamos una carretera fantasma, ¡no pasaba un alma! Y entonces viste aquella luz en el fondo que resultó ser una gasolinera perdida en el medio de la nada.

-Sí, creía que habíamos tenido suerte.

-Entonces bajaste del coche para hablar con el gasolinero y yo disfruté de una de las escenas más surrealistas de mi vida. El tipo ese empezó a bailar muy raro mientras fumaba su cigarrillo al lado del puesto de repostaje.

-Ahora nos reímos -dijo Diego-, pero en ese momento yo no sabía dónde meterme. Le pedí ayuda para volver a la autopista, dirección Madrid, y el gordo ese me preguntó de dónde venía. Le contesté y el paleto se puso a cantar y a bailar, no sé si a modo de burla o porque estaba borracho. Y mientras tanto, el cigarrillo se bamboleaba en su mano derecha echando ceniza sobre las mangueras de gasolina. ¡Menudo elemento!

-Me habría encantado grabarlo para la posteridad, aunque el recuerdo no creo que se pierda nunca. -Tanto Diego como Alicia rieron con franqueza.

-Es curioso -dijo el hombre-. Llevamos veinte años sin vernos, y en vez de hablar de cómo nos ha cambiado la vida en ese tiempo, nos ponemos a recordar las viejas historias, esas que hemos contado tantas veces.


Al final tuve que ceder ante la evidencia, armarme de valor y entrar en esa gélida habitación donde descansa el esqueleto del brujo.

Cuando estaba en la puerta di un respingo: el rumor aumentó hasta convertirse en un insoportable traqueteo de huesos. En ese momento ya estaba convencido de que cualquier fruto de la mente era preferible a contemplar la blasfema obscenidad que se estaba produciendo en la habitación embrujada, pero unos dedos fantasmales me empujaban a abrir la condenada puerta. Y eso hice, pese a que todos mis sentidos me rogaban que no entrara.

Dentro se produjo el caos.

El esqueleto golpeaba con saña el colchón de lana. Su luminiscencia era cegadora, como si los huesos ardieran en una hoguera infernal. La calavera castañeaba los dientes, unos ojos negros que me eran horriblemente familiares empezaron a cubrir las cuencas vacías.

No sabía cómo ni por qué, ¡el brujo estaba volviendo a la vida! El muerto comenzó a levitar. Quedé ensimismado, es difícil reaccionar cuando contemplas una horrible pesadilla hecha realidad. Por fortuna, mi instinto de supervivencia pudo más que las gélidas garras que me atenazaban, de modo que huí despavorido de ese cuarto maldito.


Galería

El libro contiene varias ilustraciones que podéis ver aquí, así como una portada que fue descartada. Todas ellas son obra de Bernardo Riveira Campillo.


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